TES

domingo, 20 de enero de 2013

Luna Teatral. Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz




En el espacio de El Museo de las Mujeres, se presentó en tres funciones, una para  público invitado, y dos para público en general una puesta que trabaja sobre dos categorías, género y etnia, unidas en una misma problemática: la discriminación. En un planteo de encrucijada histórica, desde la Colonia hasta nuestros días, el tema de la violencia sobre los cuerpos femeninos, la fuerza sobre la razón y la justicia, el cuerpo convertido en objeto, en mercancía; tierra fértil para el deseo y el lucro, son las temáticas puestas en acto en la sala que albergaba a un público ansioso por el discurso escénico que desde el relato y la danza, daban cuenta del proceso inacabado de la recuperación de la palabra, para dar cuenta de una narración oculta no dicha por el discurso oficial. Las querellas familiares que encerraban dos tipos de abusos sobre los cuerpos, el primero sobre las esclavas negras compradas en la feria de novedades, y luego convertidas en mancebas de sus amos, madres de sus hijos naturales; y el producido sobre las mujeres en general en una época donde sus derechos no existían porque su calidad de sujetos históricos tampoco estaba reconocida, da pie para el inicio, para la llegada de las actrices a la arena de esa plaza – circo donde desde una voz en off se nos invita a presenciar un espectáculo único. Cubiertos los rostros de las esclavas con velos negros, sin velo la mujer del amo que reclama un trato justo para sí, y que solicita la complicidad de la palabra de aquellas que si bien están en registro inferior de clase, son compañeras de abusos e infortunios en una tierra donde la ley patriarcal es el universo conocido. La iglesia y su aceptación del statu quo, cuando no la incitadora al mismo, está también presente en el relato, cómo no podría estarlo, cuando en la intervención de la defensa de los derechos de la mujer se trata para imponer un criterio autoritario y restrictivo. La puesta acierta cuando pone en evidencia como ese discurso distorsiona la mirada de todas, y provoca el enfrentamiento de quienes deberían estar unidas por el dolor y la necesidad de justicia. El rol de la mujer en las luchas de Independencia, y sobre todo de la mujer negra, que busca en una geografía distinta, su hogar, su patria y su destino, acallando muchas veces la voz de los ancestros que sin embargo emerge con fuerza en la canción y en la danza, donde el cuerpo por fin expresa en libertad su propia historia. La performance propuesta por Lea Geler y Alejandra Egido es la puesta en escena de diferentes textos escritos por mujeres afrolatinoamericas, tanto textos históricos como poéticos[1] que nos llevan por un recorrido vivencial desde el siglo XVIII al presente. La puesta in situ en el espacio del Museo de la Mujer, lugar de mil y una historias vivas, desborda de público que intenta ingresar para poder atrapar un retazo de esos crueles relatos. Mientras el espacio del público se amplia, por dicho motivo, se reduce el espacio escénico, y en ambos se contaminan lo histórico, lo social y lo privado, de las pequeñas narraciones compartidas. El clima, entre lo ritual y lo real, se va construyendo a partir de la intensidad del discurso en primera persona de cada performer. Relatos que tienen su núcleo duro en la problemática de género, que tienen que ver con el lugar que estas distintas mujeres han ocupado a lo largo de la historia,  como también el lugar que cada una de las actrices ocupa hoy en nuestra sociedad. La fuerte impronta femenina que se genera, en los 45 minutos que dura la performance, permite que nosotros como receptores confirmemos que “la vida real ha invadido al teatro”. Siguiendo a Schechner:

Se ha escrito mucho sobre la performatividad creciente de la vida cotidiana, sobre los modos en que el teatro ha influido y se ha infiltrado en religión, política, medicina, profesionales, deportes y casi cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir. Aquí hablo de un movimiento en la dirección opuesta. Los modos en que la autenticidad, real o supuesta, de la religión, el compromiso, la creencia, etcétera, han contribuido a formar un teatro que se cree, un tipo de teatro donde actores y receptores (“espectadores” o públicos” son palabras demasiado pasivas) están completamente comprometidos en lo que están haciendo. Son suyas las historias, los personajes son ellos mismos o personas que ellos conocen, las situaciones son específicamente pertinentes a sus vidas, los lugares donde actúan son parte específica de su comunidad; a menudo, sus acciones tienen consecuencias. En el teatro que se cree, la vida real ha invadido al teatro (2000: 149)

Especialmente, en las cuatro actrices que ingresan con sus rostros tapados, vedados, como si negando sus facciones pudiéramos ver en ellas a aquellas tantas mujeres afrolatinoamericanas, mujeres que a pesar de ser sometidas y ultrajadas tuvieron el coraje y la dignidad para engrandecer su condición de mujer, en primer lugar, y de latinoamericanas, y de su ascendente africano. Si la población negra, en general, fue silenciada, la mujer en especial, fue animalizada. Cincos personajes que exigen, entre el llanto y el grito mudo, ante una sociedad que las ha invisibilizado, personajes que se construyen a partir de la fuerza interior de cada actriz, explicitando una corporalidad femenina. Tristes huellas en nuestra memoria, cicatrices que aún sangran, pero que son necesarias para la construcción de nuestra identidad, individual y social, para terminar de una vez y para siempre con aquel circo –que se menciona al inicio y al cierre del hecho teatral- que invitaba, “pasen y vean”, a observar a ese “otro” considerado diferente. El planteo de esta performance es una experiencia casi religiosa, en su sentido más laico, en tanto que es una experiencia en comunidad, donde todas y todos tenemos un punto de encuentro con estos testimonios de vida que desde el espacio lúdico nos interpelan y nos hace tomar consciencia de todo lo que falta por hacer. Por último queríamos destacar que a partir del 5 de octubre, Afrolatinoamericanas se presentará todos lo viernes de octubre y de noviembre  a las 20: 30 en el Centro Cultural Raíces que está en Agrelo 3045.

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